Historia de Molina de Aragón

5º Los celtas y la aldea como refugio.

Los grupos celtas: titos, belos y lusones, (también los arévacos que se establecieron más al noroeste) procedentes del oeste norteño de Europa, fueron llegando y aposentándose. No venían en son de guerra sino buscando un lugar. Los movían los fríos, tal vez otros pueblos que también buscaban dónde acomodarse y el rastreo del hierro. Las apariciones de estas gentes obligaban a los oriundos[1] a tomar posiciones defensivas y, a ellos, disposiciones agresoras. El pueblo resultante fue llamado celtíbero. Se presupone que los anteriores eran los llamados iberos…

Si retomamos los yacimientos, es imposible saber quiénes fueron los preexistentes, cómo fueron creciendo, si crearon y cuándo nuevos poblados para dar cabida a los recién llegados y cómo se comportaron unos con otros hasta llegar a una convivencia.

La Sierra Menera satisfaría la búsqueda de hierro que al parecer movía a estos celtas, titos y belos, procedentes de lo que hoy llamamos Países Bajos, y las minas de plata en las Parameras, donde actualmente se encuentra Pardos, los detendrían en esta búsqueda.

No serían ellos quienes las descubrieron sino que ya estarían explotadas. Tal vez los tartesios ya habrían llegado hasta estos lugares, si no como explotadores mineros sí como receptores o compradores del material[2].

Si esto fuera así, el comercio con el hierro y con la plata habría dado un pequeño empuje económico a la población que se dedicaba básicamente a la ganadería y algo a la agricultura.

Los asentamientos eran con rango definitivo. El lugar preferido eran lugares escarpados, montañosos, cuya defensa estribaba en la dificultad de acceso, y por eso la zona menos accidentada la protegían con fosos y otros artificios.

De esta decisión de construir las aldeas en altiplanos y con las características antedichas podemos deducir varias cosas. La necesidad defensiva por la frecuencia de los ataques[3]. Que las tierras que correspondían a estas aldeas, dedicadas al cultivo, eran pocas, y que el contorno propiedad de la aldea no tenían señalados los límites, por tanto, la preeminencia del ganado y el carácter secundario de la agricultura.

La agricultura exigía una defensa de la tierra cultivada, si la aldea estaba lejos la protección era menor, incluso el trabajo presentaba más inconvenientes. Los pastos en cambio estaban en cualquier lugar no cultivado y por tanto de fácil careo, además, la movilidad del ganado facilitaba la huida ante cualquier agresión. Por eso quiero deducir que el límite de territorio adjudicado a cada aldea no se daría, y que los campos no cultivados serían de libre pasto para los ganados, cualquiera que fuese.

Éstos se mantenían unos en la cercanía y otros en terrenos más alejados, según la época del año. No se puede hablar de trashumancia en el sentido estricto de la palabra, pero sí de que los fríos y los calores favorecían unos territorios más que otros. Los pastos eran libres y no tenían mayor tropiezo que el de chocar con otro rebaño, claro que estos tropiezos causaían peleas. La familia seguía al ganado y se establecía durante un tiempo en los distintos puntos donde tuvieran pastos, bien levantando nuevos chozones o refugiándose en los ya existentes y abandonados por otros.

Además de este tipo de refugios transitorios, los pastores contaban con las aldeas estables donde refugiarse, según las distancias a los lugares elegidos para invernar o para el estío.

Utilizando los movimientos del sol y de la luna vivieron la fiesta de encuentros para la celebración de sus cultos religiosos[4] y sobre todo para la confirmación de amistades, toma de compromisos, bodas, e intercambio de ganados. Así crearon sus ferias para el comercio: venta de lana, pieles, telas, corderos, formación de contratos de pastoreo, etc.

La dureza del clima y la altura del territorio recortaban el ciclo productivo y la naturaleza no daba para otros cereales que no fueran centeno, trigo, avena, cebada y las bellotas que las encinas producían. Son dos los tipos de bellota: la dulce para consumo humano y la amarga para los cerdos. La explotación agrícola se trabajaba en pequeñas cantidades porque las herramientas eran muy duras y pesadas, la mano del hombre o de la mujer no podía cavar grandes extensiones y los arados eran rudimentarios, apenas arañaban la tierra. Sacaban escaso pan de trigo y centeno, al que añadían una especie de torta de bellota molida, aunque quizás esta sería un alimento excepcional, tal vez, como hoy entendemos, un postre. Podemos afirmar que la carne de los ganados, vacas, ovejas y cerdos eran alimento básico, les daban la energía necesaria.

Los frutos del campo eran endrinas y gayubas entre otros productos silvestres; además de las hierbas de hoja suave como los cardillos, las collejas, las ortigas y otras que cocidas y aderezadas con sal, que no la tenían lejos (salinas de Selas, Almallá…), y con manteca o sebo de sus animales. Las cabras con su leche y los cabritos daban variedad a la dieta. Si a esto añadimos la caza vemos que se bastaban con sólo recoger lo que la naturaleza les presentaba. La caza era abundante en conejos[5], de cuniculosa la apodará el romano Valerio Catulo, tal vez Concha proceda de esta palabra latina cuniculus: conejo. Había tantos que hacían estragos en las cosechas (eso sí mínimas) de cereales.

En las proximidades de los ríos, la tierra era más productiva. Añadiendo a ello frutales y verduras.

El vestido lo facilitaban la lana y las pieles de los ganados.

Exceptuando los mineros y quienes trabajaban el hierro que necesitaban comprar sus alimentos, y esto lo harían mediante permuta, los demás no tenían necesidad de producir otra cosa que no fuera lo que ellos mismos consumían.

No obstante, había excedente en bocas para comer y en mano de obra para trabajar. Estas personas sobrantes, emigraban bien en soledad o en pandillas buscando dónde asentarse[6], pero la mayoría acababan dedicados al bandidaje o bien ingresando en las milicias. Recuérdese, por ejemplo a los cartagineses con numerosos celtíberos. Ellos mismos, los celtíberos, tenían una excelente preparación bélica por una concepción combativa de su existencia, lo que nos indica el estado de alerta en que tenían que vivir, bien contra delincuentes o contra otros grupos vecinos, la llegada de los celtas por ejemplo, y además recordemos la estructura de las aldeas.

Toda aquella España estaba dividida en multitud de grupos, tribus, que por necesidad de espacios donde cazar o de lugares donde pastorear sus rebaños o de lugares donde establecerse, chocaban con otros que tenían las mismas necesidades y eso creaba enemistades, confrontaciones y beligerancia.

Los asaltos y robos o las incursiones para hacerse con un botín estaban a la orden del día. Con esto podemos pensar también lo difícil y belicosa que fue la entrada y el choque de los nuevos llegados, aunque cada uno tuviera su treta, comercial o aventurera con los pobladores antiguos, así ocurrió con fenicios, griegos, cartagineses, etc.…

La vida era muy corta, la media de vida rondaba los treinta años; aunque excepcionalmente pudieran darse algunas personas longevas. La causa de la longevidad dependía básicamente de la dentadura, cuanto más arraigados y más se conservaran los dientes, mejor molían el alimento y más vitaminas recibía su dueño, en consecuencia más larga vida.

[1] Un dato curioso y exótico. En la época creacionista: Todo fue creado por Dios. Con el diluvio universal, la tierra quedó deshabitada, solo la familia de Noé sobrevivió junto a los animales que acogió en el arca. Sus hijos se establecieron así: Sem, padre de semitas, en oriente; Cam, padre de los camitas, en Egipto y África; y Jafet, padre de los jafetitas, en Europa y occidente. Por eso la historia de España que estudié en 1945 decía: “¿Quiénes fueron los primeros pobladores de España? Los primeros pobladores de España fueron: Tubal Hijo de Jafet y Tharsis su nieto”. Por tanto un nieto de Noé: Tubal, y un tataranieto del mismo Noé: Tharsis, nieto de Tubal, fueron los primeros pobladores.

[2] ¿Tal vez Tartanedo nos podría recordar a Tartessos como etimología?

[3] Para comprobar esto, basta con acercarse a Cerro Muñoz en La Olmeda de Cobeta.

[4] No entro en tema de la religiosidad ya que no añadiría nada.

[5] Ya entonces se llamaba España. “La hermosa palabra fue usada por los navegantes fenicios, a los que llamó la atención la cantidad de conejos que se veían por todas partes. Por eso, la denominaron i-shepham-im; es decir: «el país de los conejos», de la palabra shapán, «conejo». No el león, no el águila: durante mucho tiempo el humilde, evocador y eufemístico conejo fue el animal simbólico de España, su tótem peludo, escarbador e inquieto. El conejo se acuñaba en las monedas y aparecía en las alusiones más o menos poéticas; la caniculosa Celtiberia, como la llama Catulo (Carm. 37,18), es decir, la conejera, España la de los buenos conejos. No era el simpático roedor el único bicho que llamaba la atención por su abundancia. Los griegos también llamaron a la Península Ophioússa, que significa «tierra de serpientes». No obstante, para no espantar al turismo, prefirieron olvidarse de este nombrecito y adoptar el de Iberia, es decir la tierra del río Iber (por un riachuelo de la provincia de Huelva, probablemente el río Piedras, al que luego destronó el Ebro, que también se llamaba Iber). No obstante, el nombre que más arraigó fue el fenicio, el de los conejos, que fue adoptado por los romanos en sus formas Hispania y Spania” (Historia de España contada a los escépticos. Juan Eslava Galán. 2002 Barcelona).

[6] Esta manera de salir del poblado y emigrar puede darnos idea de otra posible cusa de porqué los celtas llegaron hasta aquí.

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